Papel picado

Desde hace algunos días todo en casa gira en torno al cumpleaños de mi hermana. Ella no para de hablar de ese tema y yo lo veo como algo curioso. Creo que no recuerdo otros cumpleaños de mi hermana ¿Será divertido para mi también? Antes era muy chico, pero ahora, con cuatro, iba a poder estar en su fiesta y ser protagonista. 

Mi hermana es cuatro años más grande que yo. Tiene muchas amigas y cuando vienen a casa no me deja jugar con ellas. Yo igual estoy muy pendiente de lo que hacen y termino metiéndome en sus juegos. En el colegio puedo distraerme con mis compañeros, en los juegos, escalando por el tobogán y jugando a los superhéroes. Cada uno tiene elegido uno en particular. Siempre elijo ser el hombre araña. 

Unos días antes, en el camino volviendo a casa, mi hermana empezó a decirle a mi mamá lo que quería para su fiesta. Con cada cosa que decía me miraba. No sé si para darme celos o para que le diga algo. Me daban ganas de que estuviese más cerca mi cumple. Ya en casa, y si no estaba mamá cerca, cuando la perseguía para pegarle, cuando me quería comer la última galletita, o cuando no la dejaba ver el canal que ella tenía ganas, siempre me decía lo mismo: “No molestés que en mi cumpleaños no te voy a dar bolilla”. Al principio no me preocupaba mucho. Faltaba todavía. Si le hacía algo, seguro se iba a olvidar. Pero por las dudas, empecé a tener más cuidado. No sabía muy bien qué era “bolilla”. Por ahí era algo divertido o, si era para comer, tal vez era una golosina que no conocía. Si te la dan en los cumpleaños seguro debe estar buena y me convendría que me dieran un poco, pensé. De este modo pasé los últimos cuatro días previos al cumpleaños, pensando todo dos veces antes de hacerlo. Intenté estar atento todo el tiempo, tal vez alguien decía algo que me ayudara a saber que era la “bolilla”. No logré mucho. Yo suponía que era algo chiquito. Mis papás no la nombraban mucho. Por ahí era algo para jugar con las muñecas. Tal vez era el regalo que había pedido mi hermana. Por eso no decían nada, así era sorpresa. 

La noche previa a la fiesta soñé que estaba en el cumpleaños, todos estaban contentos y saltando, y yo solo en mi cuarto. Mi hermana no me hablaba y nadie se daba cuenta que yo no estaba con los demás chicos. Era todo medio gris y aburrido. Por supuesto me desperté a la mitad de la noche y llamé llorando a mi mamá. 

Llegó el gran día y mi hermana se levantó muy temprano. Yo parecía no existir, seguro se enojó por despertarla durante la noche. Desde el mediodía, después de comer, se empezó a preparar todo para la tarde. Entre las idas y vueltas de la cocina al comedor, nunca vi nada parecido a la “bolilla”. Claro, no sabía bien qué forma tenía, pero todo lo que ponían en la mesa y dentro de las bolsitas de cumpleaños eran cosas que conocía, el regalo para mi hermana había sido una Barbie edición Playera y yo no veía nada nuevo dando vueltas. Solo había un lugar donde podría estar: la piñata. Mi mamá no me quiso decir que ponía adentro. “Es sorpresa”, me dijo. Vi que la llenaba con muchas cosas. No más misterios. Seguro estaba allí.

Llegaron las amigas y algunos familiares. Yo no podía más, quería que llegue la torta y después el momento donde iba a poder conseguir, si era rápido, un poco de bolilla. Esta vez no iba a esforzarme en juntar caramelos o juguetitos. Tenía bien claro lo que quería. Pasados los juegos, la torta, las velitas y los deseos, por fin llegó la piñata. Yo intenté ponerme justo debajo. Me empujaba con todos los nenes que había y defendía mi posición. Mi papá se paró en una banqueta. Alzó la piñata. Estaba muy alta y todos alrededor saltábamos. Sentía que perseguíamos el mismo objetivo. Había muchos nenes más grandes y ellos sabían que era la bolilla. Estaban muy emocionados y estaba seguro porque era algo bueno, muy bueno. Tenía muchos adversarios y debía ser rápido. Pero por ahí solo querían caramelos o juguetitos. Por ahí la bolilla no era algo tan normal y no sabían que estaba dentro de la piñata. El tiempo pasaba muy lento. Todos los adultos nos miraban y se reían. Mi papá subía y bajaba la piñata. Mi mamá tardaba mucho en acercarse con el alfiler. Todos nos seguíamos empujando, algunos agarrones de pelo y pisotones. Todo era un descontrol. Yo seguía firme, justo debajo, ni muy cerca de mi papa ni muy afuera del tumulto. No me iban a sacar fácilmente. Faltaba poco. Mi mamá pidió permiso entre los chicos. Que tonta, no la iban a dejar pasar. Empujando un poco se hizo el espacio y, una vez cerca, contó hasta tres. Para mi fue mucho más. Estiró el brazo con fuerza, el alfiler tocó la piñata y, por fin, lo descubrí. Todo pasó muy rápido y me costó distinguirla. Cayeron caramelos, chupetines, juguetitos y bolilla. Había mucha y de muchos colores. Volando se esparció por todos lados. Yo intenté juntar toda la que pude. Estaba contento. Tenía los bolsillos llenos y si bien me pareció raro que nadie haya querido un poco no me preocupé. Es más, solo la usaban para tirársela por la cabeza. A las chicas les molestaba porque se les metía en el pelo. A pesar de todas las amenazas, mi hermana no lo logró y finalmente tuve mucha más de la que me esperaba. Ella nunca me la dio. Tuve que conseguirla por mis propios medios. Compitiendo con otros niños, esperando el momento justo. 

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